Sebastián tiene 4 años y admira a sus hermanos mayores, Santiago (21) que "es adulto porque maneja auto" y Gastón(12) el ídolo, amigo y protector.
Hace unos días, al recogerlo en el colegio y antes que Gaston pudiera decir algo, Sebastián dijo con seriedad y entusiasmo: - mañana tengo escrito de matemáticas !
Nadie se animó a dudarlo, comentamos lo importante que era y que iba a tener que estudiar.
Continuamos el viaje a casa, entre novedades y planes, al llegar dispuso que primero iba a mirar un programa en la tele y luego pediría la merienda. Inmediatamente le respondí:
- como vas a mirar tele ?, hay que estudiar para el escrito de matemáticas de mañana !
No hubo una duda, no paso una milésima de segundo, la respuesta brotó de su boca, espontánea, sin complejos: - ay papa !...no entendés un chiste :-)
Es bellísima la impunidad de manejar la realidad y la fantasia con igualdad de fuerzas, imponiendo a veces una, otras veces la otra, según nos convenga mejor al logro del bienestar, de la felicidad.
Para entrar al mundo adulto pagamos el precio de "ser realistas". Los hijos nos mantienen ligados al mundo de la fantasia y nos ejercitan en la magia. Es divertido darse la oportunidad de volver a entrar una y otra vez a esa dimensión, sin esfuerzo, como ellos, con un desparpajo absoluto.
Hace unos días, al recogerlo en el colegio y antes que Gaston pudiera decir algo, Sebastián dijo con seriedad y entusiasmo: - mañana tengo escrito de matemáticas !
Nadie se animó a dudarlo, comentamos lo importante que era y que iba a tener que estudiar.
Continuamos el viaje a casa, entre novedades y planes, al llegar dispuso que primero iba a mirar un programa en la tele y luego pediría la merienda. Inmediatamente le respondí:
- como vas a mirar tele ?, hay que estudiar para el escrito de matemáticas de mañana !
No hubo una duda, no paso una milésima de segundo, la respuesta brotó de su boca, espontánea, sin complejos: - ay papa !...no entendés un chiste :-)
Es bellísima la impunidad de manejar la realidad y la fantasia con igualdad de fuerzas, imponiendo a veces una, otras veces la otra, según nos convenga mejor al logro del bienestar, de la felicidad.
Para entrar al mundo adulto pagamos el precio de "ser realistas". Los hijos nos mantienen ligados al mundo de la fantasia y nos ejercitan en la magia. Es divertido darse la oportunidad de volver a entrar una y otra vez a esa dimensión, sin esfuerzo, como ellos, con un desparpajo absoluto.
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